miércoles, 13 de junio de 2007

La máquina de Ridort, fragmento

LA MÁQUINA DE RIDORT

…En ése época era yo un estudiante mediocre, HARTO de aulas, pizarrones, tizas, libros, compañeras feas y engreídas, luego de nueve años de secundaria...

Buscaba, como todos, damas de cualquier condición para entretenerme. Y claro, ésa vida se lleva bien con copas, música trasnochada y demás excesos a los que prefiero llamar, como cierto político local, “vicios masculinos”.

A la vez, sentía cotidianamente que la vida se me iba de las manos, que ir a estudiar todas las mañanas era un absurdo dispendio de tiempo, porque no planeaba y de cualquier modo, no podría quedarme. Finalmente el rigor de las ciencias exactas que busqué como profesión, resultó no ser lo que realmente perseguía. Lo afronté en mitad de una terrible resaca una tarde, luego de año y medio de intentarlo, porque Dios sabe que hice de todo por seguir adelante, por subir, por aprobar semestres, pero fue inútil. Mudé mis lánguidos huesos a otra universidad, donde a falta de tiempo y de medios, terminé como dibujante de arquitectos, y es que entre el hambre y las exigencias del macho, o trabajas para comer y divertirte, o buscas una ricachona que te proporcione pan, placer y profesión, pero quizás la facha nunca dio para tanto. Quizás. De modo que los libros de Cálculo y Física quedaron abandonados en un anaquel y ¡tocad retirada mis valientes: llegó la hora de sobrevivir! ¡Sin despeinarse, cuidado! Sin despeinarse…

Mientras cursaba el segundo semestre de Ciencias Básicas, varios meses antes de la decisión que acabo de comentar, ocurrió algo que cambiaría mi vida para siempre. No, no estoy exagerando y no ponga usted cara de impaciencia, que ésta no es otra crónica de aulas, amigo. Si… Al final, supongo que acabará burlándose de mí, como el resto, o más bien despreciándome. Ése es el riesgo que corre quien cuenta sus secretos, ¿No? Pero al grano, al grano…

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