domingo, 6 de abril de 2008

Fragmento de La pulsera de Elvia

Anaìs era una mulata alta y delgada. Pese al tiempo transcurrido, me es imposible olvidarla. Su piel, del color de la canela, quizás un poco más clara. Sus imponentes caderas provocaban miradas desvergonzadas hasta del cura, que se las daba de hombre santo entre el ejército de eclesiásticos libidinosos y borrachos. Ni hablar de su abundante pecho. Ella sonreía a todo el mundo de un modo que invitaba a acostarse con ella... Sabía perfectamente que volvía locos a indios, negros y blancos. Lo peor, en mi caso, era cuando caminaba de ése modo que mucho después supe dónde lo aprendió; en fin, que todo en ésa negra era estudiado para alborotar a los hombres.

Bella y generosa.

Por añadidura le habían enseñado cómo mirar, sentarse, pararse, agacharse sin doblar las rodillas para recoger cualquier cosa del piso…


Había una pequeña bodega en la que muy raramente se colocaban bultos, que Anaìs escogió como su cuarto de baño. ¡Era la única en toda la población que se bañaba seguido! Hasta dos veces al día, a veces, si la tarde era calurosa, como
en aquél verano. El lugar tenía una abertura practicada en la pared de madera, a modo de ventana, que daba a la parte posterior de las barracas. Para mí fue de todo punto imposible evitar el fisgonear desde allí. Ella miraba y sonreía, continuando con lo suyo sin mostrar pudor alguno.

Luego pasó otro esclavo y se quedó junto a mí. Después un indiano que estaba rumbo a cumplir sus obligaciones y se detuvo para informarse de la razón de nuestra curiosidad. También se quedó contemplando. Para cuando alcancé a escuchar los inconfundibles tacones de las botas del amo Elías, éramos más de diez curiosos, observando un baño que ya había tardado demasiado, me imagino que por dar gusto a los recién llegados. Me aparté de inmediato y corrí a esconderme, sin advertir a los demás del peligro.

- ¡Qué hacéis allí bellacos!

En un pestañear desaparecieron todos. Se acercó entonces don Elías, tomando nuestro lugar en el ventanuco. Luego de un rato, atravesó Anaìs el patio central, cubierta a duras penas por un lienzo, saliendo de la bodega. El amo resoplaba como garañón, ante la mirada atenta de su esposa, que apareció misteriosamente, repitiendo la escena anterior, pero con actores distintos.

En vista de lo ocurrido, tanto mi amo como su mujer dispusieron, cada quien por sus propias razones, que varias indias espiaran a la esclava, con la instrucción de volar a contarles si cualquier hombre se le acercaba. El amo Elías amenazó además con castrar al osado. La orden circuló rápidamente entre indios y esclavos, de modo que nadie volvió a acercársele.

El amo Elías rondaba como lobo alrededor de las barracas, con tanta porfía, que fue imposible acecharla, pues de pronto irrumpía con el afán de pillar a algún desventurado, para cumplir su ordenanza. Su pasión se desbordaba a minutos por poseer a la mulata, y todos sabíamos que aún le quedaban demasiados días para marcharse, según el cronograma habitual mantenido durante años, al cortijo. Su carácter tornóse aún peor que de costumbre – y cualquiera entenderá el infierno en que se convirtió el recinto -. Doña Ana buscaba todo pretexto para no perderlo de vista, y no tardó en redoblar espías para la mulata. Faltando aún una semana para marcharnos a la hacienda, una madrugada despertó a todos con la novedad de que anticiparía su viaje, debido a un mal sueño que había tenido. Siempre creeré que no tomó antes tal arbitrio por la obnubilación que le produjo el hecho de tener a semejante mujer en su propia casa, ¡Y no poder tomarla! No encuentro otra explicación para una mente sagaz como la suya. A ver si doña Ana se creyó el cuentecillo ése de la pesadilla, pero a su marido muy un cojón le importaba su juicio: ya había guardado el decoro y la compostura el tiempo suficiente… ¡Y el cuerpo no aguantaba un día más!

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Excelente e inquietante relato. Mantiene la atención hasta el final.

Avefenixazul dijo...

Ya la leí antes, pero la releo con el placer de quien se encuentra con un viejo, querido y conocido amigo que llena de alegría tus emociones.